lunes, 28 de marzo de 2011

El día de la Luna

Comienza una batalla más en esta guerra que los locos osan llamar vida. No es más que otro capítulo de una obra shakespeareana maquiavelica que nos atormenta plácidamente por otros 604,800 largos segundos.

Grandes estrategas planean sus movimientos y ataques con antelación y no se detienen hasta cumplir con sus objetivos, lograr sus victorias. Otros más, como yo, son guerreros anónimos que prefieren usar un lápiz que un mosquete, las palabras sucumben al enemigo con mayor fuerza y menor mutilación que los proyectiles.

Sueños caóticos y promesas fútiles de cumbres sujetadas con la palma de mi mano inundan mi corazón y amenazan con convertirse en partículas de polvo robadas ante mis ojos por Eolo. Sabernos culpables es apenas la etapa embriónica del conflicto de egos, lograr la redención de tus ponderados es la verdadera lidia final.

No existe rival pequeño, más bien nos infestan las mentes débiles que no soportan el tamaño del ego o no comprenden la magnitud del miedo.


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